Un
equipo multidisciplinario del INAH hizo la aproximación fidedigna, hasta ahora
única,
del entierro de una alta dignataria maya del periodo Clásico.
Redacción INAH
Dispersos como galaxias en un universo carmesí, los
cientos de cuentas y teselas que componían el ajuar funerario de la Reina Roja
aparecieron hace 23 años ante la mirada incrédula de los arqueólogos. Ha debido
pasar más de un milenio para que estos ornamentos vuelvan a recrear, en
conjunto, la forma en que Tz’ak-b’u Ajaw, la “Señora Sucesión”, fue ataviada
para su última morada: el Templo XIII de la antigua Lakam’ha, hoy llamada
Palenque.
Un
equipo multidisciplinario del Instituto Nacional de Antropología e Historia
(INAH) ha hecho posible esta aproximación fidedigna, hasta ahora única, del
entierro de una alta dignataria maya del periodo Clásico, la supuesta consorte
del gobernante Pakal. El escenario donde por vez primera se muestra en todo su
esplendor el arte funerario que envolvió a la Reina Roja, es la magna
exposición Golden kingdoms, que se presenta en el Museo J. Paul
Getty, y que a partir del próximo 28 de febrero podrá visitarse en el Museo
Metropolitano de Arte de Nueva York, Estados Unidos.
La
reconstrucción del ajuar funerario contó con el apoyo financiero del Instituto
de Investigación Getty, y se basa en el minucioso registro que de estos
materiales llevó a cabo el equipo del Proyecto Arqueológico Palenque. Cabe
mencionar que ya hace unos años, el experto Juan Alfonso Cruz había realizado
la restauración de la máscara de malaquita y el collar de la Reina Roja, siendo
los únicos elementos del ajuar que se habían expuesto con anterioridad.
Con
toda esta información, a la que se suman los estudios antropofísicos y
antropométricos hechos a los restos óseos del personaje por especialistas como
Arturo Romano y Vera Tiesler, es que en los últimos meses se ha trabajo en “dar
el salto” de la bidimensión de los dibujos reconstructivos e interpretativos de
la inhumación de la Reina Roja, al montaje de las piezas en una tercera dimensión,
en particular del tocado, el pectoral y las pulseras.
Ése ha sido uno de los principales retos para el
restaurador Constantino Armendáriz, hacedor de tales dibujos (series donde se
observan las diferentes capas de deposición de los objetos) y quien hizo el
trabajo de “reconstrucción” de los elementos, tomando en cuenta la anatomía de
esta dignataria maya que falleció entre los 50 y 60 años de edad.
“Sin todos los años de dibujo, de todo el modelado, sin
insistir en cada uno de los detalles: de los bordes, de la forma de las
teselas, habría sido imposible llevar a buen puerto esta propuesta de montaje,
la cual esperamos aterrice también en un mediano plazo en el Museo ‘Alberto Ruz
Lhuillier’, de la Zona Arqueológica de Palenque”, expresa.
Armendáriz hizo mancuerna con el arqueólogo Arnoldo
González Cruz, quien en 1994 —junto con su colega Fanny López— descubrió el
sarcófago de la Reina Roja. Ambos proponen ahora una recreación real del
momento en que fue amortajado el cuerpo de Tz’ak-b’u Ajaw hace mil
345 años, un ceremonial que Arnoldo González, director del Proyecto
Arqueológico Palenque, describió a detalle en su libro (INAH, 2011) sobre la
dignataria maya:
“Tras ejecutar los rituales que corresponden a su
estatus, su organismo (de la Reina Roja) fue purificado con agua y
posteriormente embadurnado por completo con cinabrio. Posteriormente, le fue
colocada su mejor indumentaria; un pik de algodón que le cubría el cuerpo desde
abajo de los senos hasta la altura de los tobillos y sobre ésta, un k’ub (pectoral),
también de algodón que llegó a envolverle el pecho y la parte superior de los
brazos, que estaba adornado con numerosas cuentas de jade y concha que cubrían
casi toda su superficie.
“Sus largos cabellos fueron arreglados en numerosas
trenzas para conseguir un soporte abultado que permitiera colocarle el tocado
del dios Narigudo compuesto de teselas de jade, concha y piedra caliza, que
había sido concebido para encumbrar la condición suntuosa de su portadora en el
más allá”.
La reconstrucción de un tocado
Fue así como el área de restauración del campamento de
Palenque devino durante algunos meses de 2017 en una especie de taller de alta
costura, en donde los bocetos debían traducirse en piezas únicas. Para armar el
citado tocado del dios Narigudo, Constantino Armendáriz hubo de “barajar” un
conjunto de 103 teselas de jadeíta, 14 piezas de concha y 37 pequeños
fragmentos de caliza.
Aunque su familiaridad con la “Reina Roja” comenzó hace
12 años, cuando empezó a delinear los primeros dibujos sobre el contexto
funerario, el restaurador destaca la dificultad de llevar éstos a una
reconstrucción certera. Por ejemplo, para abordar el tocado, debió considerar
que reposaba sobre una bóveda craneana con un pronunciado modelado (de tipo
tabular oblicuo).
Una secuencia fotográfica sobre la que se colocaron cada
una de las piezas numeradas del tocado, fue el punto de partida. Las dos
conchas ligeramente curvadas corresponderían a los ojos, la pieza de jadeíta en
forma de “S” representaría la trompa; las dos conchas en forma de gancho, así
como un par de conchas dentadas, formarían parte de los colmillos y dientes,
apoyadas sobre una serie de teselas de jadeíta que constituirían la mandíbula
superior, la cual estaría rodeada por las piedrecillas de caliza.
Para hacer la propuesta volumétrica de la pieza, el
especialista realizó diversos acercamientos observando la forma de cada tesela
para deducir el tipo de soporte que las mantuvo unidas. “En el caso de la
máscara lo que se debe lograr es un retrato; sin embargo, el tocado es más
complejo porque guarda una disposición triangular, y si bien sabemos alude a
una figura zoomorfa, desconocemos la representación como tal”, señala.
Armendáriz concluyó que el tocado debió tener una forma
de media caña y empezó a experimentar con un sinnúmero de montajes, primero a
base de plastilina no grasa, después para tener mayor rigidez se propuso una
estructura forrada de malla de alambre y pasta cerámica en frío, y finalmente
una de madera de cedro.
El modelado sobre estos soportes fue de tal
meticulosidad, que para llegar a bordes finos se optó por reproducir utensilios
que probablemente usaban los artistas mayas, como espátulas miniatura rematadas
con la representación de una mano. Asimismo, para pegar cada una de las teselas
a la superficie se utilizó el copal, resina que funcionaba como adhesivo, según
han reportado análisis de piezas prehispánicas como la Máscara de Malinaltepec.
Hilando un pectoral
De igual modo iniciaron las labores de restauración del k’ub
o pectoral de la Reina Roja, partiendo del registro fotográfico de los objetos
que en 1994 aparecieron sobre el tórax del personaje: 172 cuentas de jadeíta,
cuatro navajillas de obsidiana, cinco conchas de nácar, dos perlas y una aguja
de hueso.
El arqueólogo Arnoldo González y el restaurador
Constantino Armendáriz explican que por su cantidad, forma y tamaño, las
cuentas debieron estar sujetas a un soporte de tela y se ubicaron solamente en
la parte frontal del cuerpo, pues 90 por ciento de ellas aparecieron en la
primera capa de deposición. El k’ub era una capa que cubría una
superficie continua, las cuentas de mayores dimensiones se ubicaban a lo largo
de las orillas delimitando entre siete y nueve hiladas.
Los objetos más importantes del mismo eran dos emblemas
de la realeza: una pequeña concha esgrafiada y un rosetón con los rasgos
sobresalientes de un mono araña. Juntos formaban un medallón con la
representación del dios Sol que debería ir en la parte inferior del tórax y
sujeto al pectoral.
Cada cuenta fue pesada y medida. Armendáriz trazó un
dibujo de forma radial para ver si guardaban un patrón entre sí —la
mayoría son de forma discoidal con una perforación al centro—, capa
tras capa, descartando que tuvieran una doble faz. Para unirlas como lo estuvieron
alguna vez sobre el pecho y los hombros de la Reina Roja, se utilizó un textil
y adhesivos que no hacen reacción con los materiales líticos.
Como narra el arqueólogo Arnoldo González, las exequias
de la Reina Roja efectuadas en 672 d.C., se completaron colocando una diadema
doble sobre su frente, pulseras en ambas muñecas, dos orejeras y dos cuentas
globulares de jade atadas a sus tobillos. Finalmente, le fueron colocados el
cinturón real y la máscara de malaquita, guardando su identidad para la posterioridad.
Gracias a la integración que se ha hecho del ajuar
funerario, los especialistas se han encontrado muy cerca, como nunca antes, del
momento en que el cuerpo inerte de la Reina Roja, Tz’ak-b’u Ajaw, la
“Señora Sucesión”, fuera dispuesto en su última morada en el “Lugar de las
grandes aguas”.