Culto a los ancestros

Texto Román Loglez
Fotografía: Alex Gerardo / Antonia Ramírez / Carlos Martínez
Maquillaje artístico: Alejandro Salgado
Locación: Mitzija
Modelo: Angie García Ruíz


Aun siendo nómadas los primeros hombres, nuestros ascendientes, tenían espíritu humano, sentimientos y respeto,  uno de los  valores que identifican al ser inteligente y pensante. (Aun así los seres a quienes llamamos irracionales, tienen sentimientos, lloran la pérdida de un elemento familiar).     


Al fallecimiento de un miembro  familiar, le Celebran ceremonias bajo un rito solemne (porque su cosmovisión les permite ver la ascensión de su ser querido a un grado más alto del conocimiento universal, el dominio de un todo, y será su comunicador y orientador entre lo material e inmaterial para la guianza de los que están aún sobre esta tierra bendita), con grandes y floridas ofrendas antes de depositarlo a la madre tierra.  


Después de la ceremonia al despido final, junto al cuerpo depositan todas sus pertenencias que en vida llevaba o usaba: piedras preciosas, telares y junto a él  una deidad, para que lo guíe a través de los 9 niveles al inframundo. 


Los grandes mechones encendidos no faltan para alumbrar el camino a su descenso para no vagar en el mundo de la oscuridad. El entierro se practicaba cerca de donde cohabitaba o en el centro de la casa familiar. Al paso del tiempo, Cuando fueron pequeñas aldeas y después grandes ciudades-estados, al morir el líder, las ceremonias  se tornan colectivas, marcando así la jerarquía ante un pueblo, llenando de atributos el frente de la tumba durante días, de acuerdo al dictado del sacerdocio y, a la sucesión de poderes. 


En Las familias, que conforman esta ciudad-estado, al perecer uno de ellos, eran conducidos  a cuevas o cavernas, donde se le deposita junto a pequeñas ofrendas y luz,  para su guianza al más allá; luz, simbolizando la interconexión con el ancestro ausente y los vivos. Al igual que a un jerarca, se le celebra culto en una determinada fecha del calendario solar o religioso, depositándoles en la piedra ceremonial, todo lo que en vida bebía, comía y los objetos de labranza, según su estatus social. 



En épocas de rememorar, se les encienden grandes filas de mechones, para señalar el camino de regreso hacia este universo y estar incorpóreos con sus familias, quienes con cantos y danzas, esperan su llegada.  Transcurre el tiempo: anteclásico, clásico, clásico tardío y posclásico, y continua esta ya,  marcada tradición. Llega la colonia. Los  conquistadores nos impregnan de la cosmovisión europea y tumban a los dioses mesoamericanos y no menos fácil se posicionan a través  de  la palabra o evangelización, que todos ya conocemos (Recordemos a Fray Pedro Lorenzo de la Nada, fundador de Palenque, en el año de 1567),  cambiando nuestro universo;  de ser  politeísta transformado monoteísta, nuestra fe, centrada a un solo Dios. 


Los elementos ceremoniales mesoamericanos, como los mechones encendidos y las ofrendas,  fueron tomados por los conquistadores quienes amalgamaron sus creencias (para doblegar y hacer creer que respetaban la tradición), y las suplieron por las velas y veladoras; las frutas, bebidas y alimentos, continúan tal como al principio, pero sobre la construcción de grandes altares, dedicados al familiar o familiares fallecidos dentro del hogar familiar y no dentro de las cuevas como se practicaba al principio. 



Durante más de 500 años de tener esta nueva tradición, se distingue el culto a los muertos que cada familia celebra para recibirlos en el mes de noviembre.  El culto a los fieles difuntos, se prepara con antelación y se designa el día 1º. Para recibir a los niños ausentes y el día 2, a los adultos. 


En estos días los tamales y maneas, muy mexicanos, no faltan; así como los dulces de calabaza, guapaque, de camote, yuca, papaya y bebidas que saturan los altares ataviados entre las dos cosmovisiones: mesoamericana y europea. 


Los camposantos o panteones  multicromaticos se ven por distintas razas y colores.  Es una gran algarabía familiar, después del llanto suelto al despedirlos para siempre y volver a sentir su presencia, es maravilloso; recordando con vehemencia sus actos cuando aun estaba en este mundo de los vivos.  



Hoy,  a tantas guerras políticas y el divisionismo social a nuevas creencias religiosas (y no por el sentido humano,  si no por conveniencia de dominio y beneficios que otorga esta ostentosa corriente mundana), esta tradición muy mexicana, ha mermado;  hasta la forma de despedir a sus difuntos. Se va perdiendo, el respeto y la practica humana y sensible de ofrendar tanto para despedir  y recibir a los ausentes. 


De la tradicionalidad de tener el cuerpo presente, ataviados de luces y ofrendas hasta la última morada, son acompañados en blanco y negro, en silencio y sin luz. Las ceremonias llamados rezos, ya poco se practica: los 9 días, la llevada de su sombra, los 40 días, los 6 meses y cabos de años, va perdiendo fuerza ante las fuertes políticas extranjeras religiosas. 


Como mexicanos y con fuertes raíces culturales, esta única identidad, herencia de nuestros ancestros, no debe desaparecer. No debe importar el credo que profesen y quienes la profesan, deberían incluirlo. Rescatar nuestra identidad cultural y no consumir ideologías extranjeras, nos hace ser libres y soberanos en nuestros actos.  Nosotros sí tenemos origen, a como todas las culturas del mundo. 



Parafraseando lo que todos como mexicanos conocemos: “un pueblo sin cultura, es un pueblo muerto”. Y celebrar a nuestros Ancestros, es parte de nuestra gran tradición y respeto a la muerte como punto final de nuestra existencia. Como dijo Marco tulio “La Vida de los muertos consiste en hallarse presentes en el espíritu de los vivos”.




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